LA CALIDAD DE LOS PROGRAMAS DE EVALUACIÓN Y DE LOS
INSTRUMENTOS QUE LOS INTEGRAN*
Alicia
R. W. de Camilloni
INTRODUCCIÓN
La evaluación de los aprendizajes se realiza sobre la
base de un programa que, al servicio de la enseñanza y del aprendizaje, está
constituido por un conjunto de instrumentos de evaluación. Dado que cada tipo
de instrumento permite evaluar diferentes aspectos de los aprendizajes de los
alumnos, es menester garantizar la pertinencia y calidad técnica del programa
considerado integralmente como una estructura, así como la de cada uno de sus
componentes.
Un principio general que rige el diseño de un programa de
evaluación es el de la economía de tiempo. E1 tiempo destinado a situaciones de
evaluación puntual, diferenciadas de las situaciones de enseñanza, debe ser el
más breve posible, ya que el factor más crítico de la educación formal es la
carencia de tiempo suficiente para enseñar con profundidad toda la información
y para desarrollar todas las competencias que los alumnos deben alcanzar.
Las condiciones en que se desenvuelve actualmente la
educación escolar en todos los niveles implican, precisamente, la necesidad de
sortear algunas dificultades para la evaluación porque las clases suelen ser
numerosas como producto de los muy significativos y deseados procesos de
democratización de la educación. E1 número de alumnos ha aumentado en los
niveles de educación básica, secundaria y superior, planteando el requerimiento
de encontrar las técnicas adecuadas para la enseñanza de grupos numerosos, así
como las técnicas de evaluación que puedan acompañar adecuadamente a una
enseñanza que promueva aprendizajes significativos en todos los alumnos, que
evite el fracaso escolar, la repitencia y la deserción, y que permita hacer
efectivo el propósito de igualar las oportunidades educativas reconociendo los
derechos a la igualdad así como a la diversidad de los rasgos personales de los
alumnos.
Por ello, la calidad de un programa de evaluación está
sujeta, desde un punto de vista pedagógico y por esto, también, ético y
político, a su capacidad para evaluar justa y equitativamente a grupos
numerosos integrados por alumnos diferentes.
No es posible hablar de la evaluación de los aprendizajes
al margen de los procesos de enseñanza y aprendizaje que los han generado. Una
condición fundamental para el diseño de programas de evaluación, en cualquiera
de los niveles que se deseen o se deban evaluar en la institución escolar, es
que tienen que ser consistentes con los proyectos de enseñanza y aprendizaje de
la institución ya que sólo alcanzan su propósito de servir como dispositivos
para el perfeccionamiento de los resultados de la educación cuando se
convierten en juicios de autoevaluación, tanto para los alumnos como para los
docentes y las autoridades de la escuela y del sistema.
Para lograr una buena configuración de los procesos de
enseñanza, el docente debe tomar algunas decisiones adecuadas. Las decisiones
de los docentes están fundadas sobre las concepciones que ellos tienen, entre
otras, acerca de qué es enseñar, qué es aprender, cuál es la naturaleza de los
conocimientos que los alumnos deben adquirir y qué funciones tiene que cumplir
la escuela. Hay, pues, un conjunto de teorías o ideas más o menos explícitas, o
a veces, implícitas, basadas en el sentido común o en teorías científicas,
según los casos, a través de las cuales cada docente procura construir
explicaciones de los procesos y las funciones relacionadas con la intervención
pedagógica. Esas explicaciones le sirven de fundamento cuando diseña su
proyecto de enseñanza.
Los docentes también ponen en juego la información que
poseen acerca de lo que está ocurriendo con sus alumnos y las características
que suponen que éstos tienen como individuos y como grupo de clase, ya que
ellos son los destinatarios de la enseñanza. En esta tarea, la referencia se
centra en la necesidad de prever cuáles habrán de ser los impactos más
duraderos y los efectos más inmediatos que posiblemente tengan sus propias
acciones de enseñanza sobre los alumnos. Para efectuar esas previsiones, el
docente debe poseer información de distintos tipos. Ella puede ser recogida por
medio de la observación del desarrollo de los procesos de enseñanza o puede
surgir de las respuestas de los alumnos colocados en situaciones creadas
especialmente por los docentes con ese fin.
Si se parte de estas premisas, se advierte que la
importancia del papel que desempeñan las teorías explicativas de cómo ocurren
estos procesos, qué modalidades adoptan en su presentación y cuáles son las
variables que inciden en ellas, obliga al docente a efectuar el análisis y la
reconstrucción de dichas explicaciones teóricas, de modo de trabajar con
aquellas a las que estima más apropiado adjudicar un mayor valor científico por
su actualidad, seriedad y rigor.
Pero, además, en lo que se refiere a la información
relativa a los individuos concretos o empíricos que conforman el grupo de clase
o de la institución, el docente necesita contar, también, con la mejor
información. Para obtenerla puede recogerla de las situaciones naturales tal
como ocurren en la sala de clase o fuera de ella, o bien puede generar
intencionalmente situaciones específicas. La evaluación tiene un estado inicial
que puede construirse a partir de dos tipos de operación: una modalidad se
constituye sobre la base de recoger datos a través de la observación
sistemática o asistemática o de algún otro medio no diferenciado del proceso de
enseñanza volcados en la elaboración de sus respectivos registros y, la otra,
con características bien diferenciadas de la anterior, consiste en obtener
datos en situaciones especialmente diseñadas para recoger una información que
se considera relevante como indicadora del estado de situación de los
aprendizajes que se quieren evaluar.
Además de esta operación inicial, en alguno de sus dos
tipos básicos, para que haya una evaluación con sentido es indispensable que
existan criterios que permitan construir juicios de valor acerca de lo que la
información recogida significa en términos de aprendizaje de los alumnos. La
primera operación, por lo tanto, consiste en recoger información; y la segunda,
en analizar e interpretar la información recogida sin que, necesariamente, el
orden enunciado implique la diferenciación temporal o el establecimiento de una
secuencia de estas dos operaciones. La interpretación permite completar el
proceso de evaluación y conduce a la construcción de juicios de valor que son
característicos de la evaluación como función didáctica. No hay evaluación sin
juicios de valor. Debemos mencionar aquí, sin embargo, que algunos autores
discrepan con esta afirmación. Jean Cardinet (1989), por ejemplo, advierte,
como veremos más adelante, acerca de los riesgos que implica el uso de juicios
de valor en la evaluación.
E1 juicio de valor puede ser construido de dos maneras.
Según una de ellas, puede responder a estados afectivos del docente,
relacionados con actitudes de aceptación o rechazo, de agrado o desagrado ante
determinada conducta del alumno, observada directamente, inferida de conductas
observadas o, también, sólo supuesta más o menos indirectamente a partir de la
interpretación de variadas situaciones. El juicio de valor puede surgir,
igualmente, como producto de una elaboración seria y rigurosa de la información
recogida sistemáticamente, a partir ya no de emociones, sentimientos o
actitudes, sino de una base de conocimientos que permite fundamentar el juicio
de valor de una manera que pretende ser "objetiva". Ante estas dos
maneras diferentes de construcción es posible que, por la naturaleza misma de
los actos pedagógicos, en el ejercicio integral del papel del docente se
requiera poner en juego las dos modalidades de construcción de los juicios de
valor, buscando el modo de articularlas adecuadamente, entendiendo que el
docente es una persona y que la relación educativa es una relación entre
personas.
La evaluación tiene que contar con criterios que permitan
analizar e interpretar la información recogida con base en una teoría orientada
a responder a la serie de cuestiones que antes mencionamos. Entre ellas
incluimos la teoría referida a la evaluación como función didáctica. Si el
docente tiene que contar con teorías explicativas acerca de cómo aprenden los
alumnos y sobre qué es enseñar, también deberá trabajar con teorías acerca de
la evaluación, su relación con los procesos de enseñanza y aprendizaje, el
lugar que ocupa la evaluación en la administración de un proyecto de enseñanza,
qué alcances y qué límites debe tener.
Es siempre importante insistir en la necesidad de que
todas esas teorías sean consistentes entre sí y conformen, en su conjunto, una
base de percepción, pensamiento, sentimiento y conocimiento que permita fundar
y justificar la acción docente.
Estos principios no suponen, sin embargo, que exista una
única concepción científica acerca de las cuestiones que hemos mencionado,
incluyendo entre ellas a la propia evaluación. Así como hay diversas
concepciones acerca del universo, las hay también sobre la enseñanza y el
aprendizaje.
Cuando se adopta una concepción acerca de la enseñanza,
de lo que la enseñanza debe ser y no sólo acerca de lo que ella es, esta
concepción normativa conduce a una idea normativa de la evaluación, de lo que
la evaluación debe ser. Así pues, para una teoría normativa de la enseñanza, no
todas las concepciones sobre la evaluación son válidas; algunas son aceptables,
otras no lo son.
La evaluación es un recurso indispensable para el
perfeccionamiento de los dos procesos que nos interesan, la enseñanza y el
aprendizaje. Encarar una acción docente significa actuar para mejorar las
probabilidades de que se produzcan procesos deseables de aprendizaje. Pero es
menester señalar que, aunque por lo general cuando hay enseñanza se produce
algún aprendizaje, éste no siempre coincide con los propósitos del docente. La
actitud del docente frente a la evaluación deberá ser abierta, coincidiendo con
su teoría de la enseñanza. Si se está de acuerdo con la idea de que, al
enseñar, el docente no debe desarrollar una intervención caracterizada por su unidireccionalidad
en la que la única voz a escuchar es la del propio docente sino que hay que dar
lugar a la voz del alumno, esto es, a la manifestación de su capacidad para
pensar y construir significados, del mismo modo en el proceso de evaluación
debe encontrar el alumno un lugar para expresar los significados desde su
propia perspectiva.
Cuando se opta, entonces, por concepciones de la
enseñanza en las que se manifiesta nuestro respeto por la capacidad de
producción personal del alumno, los instrumentos de evaluación que utilicemos
deberán ser coherentes con esa postura.
En la actualidad disponemos de una cantidad importante de
instrumentos diversos, creados muchos de ellos a lo largo del siglo XX.
Consisten, por un lado, en las llamadas "pruebas objetivas",
diseñadas a partir del programa de investigación científica del conductismo,
con una serie de especificaciones técnicas importantes en cuanto a la
construcción de ítemes y al análisis e interpretación de resultados. También
contamos con un conjunto de normas técnicas para la utilización de las
denominadas "pruebas subjetivas"- a veces llamadas
"tradicionales"- en las que, a diferencia de las pruebas objetivas
que sólo admiten una única respuesta correcta, se aceptan diferentes niveles de
calidad de respuesta. En este último campo, las normas técnicas desarrolladas
han apuntado a mejorar la construcción, la administración y la interpretación
de los resultados, con el propósito de mejorar también la confiabilidad y la
validez de las pruebas subjetivas.
En este siglo, el trabajo realizado en el campo de la
evaluación didáctica ha sido muy profuso, ya que se ha considerado que se
trataba de un tema prioritario en las teorías de la enseñanza. No es extraño,
por ejemplo, que para las diversas teorías conductistas del aprendizaje, la
evaluación se convirtiera en un aspecto central de su desarrollo teórico y
experimental y de su propuesta didáctica, hasta el punto de sostener que se
debía limitar lo que se enseñaba a aquello que era posible evaluar en los términos
que la teoría aceptaba con carácter exclusivo, es decir, cuantificando los
rasgos de las conductas observables. Dada la significativa importancia que se
otorgaba a la evaluación de los aprendizajes y a la simplicidad técnica del
problema planteado, se comprende la gran fertilidad de las teorías conductistas
en el dominio teórico y práctico de la evaluación.
Consideramos que se trata de una función fácil de
resolver técnicamente en el marco de las teorías del conductismo porque se
limita a evaluar lo que se puede observar. Las corrientes cognitivas, en
cambio, se proponen evaluar los procesos mentales. Su problema es más difícil
de resolver que el que se planteaban los conductistas y sus respuestas técnicas
son más dificultosas de construir. La cuestión de la evaluación, en cambio, es
menos importante para las didácticas humanistas que plantean una relación
diferente entre docente y alumno en la que los aprendizajes son aún más
difíciles de evaluar que en las propuestas didácticas cognitivas.
Debemos señalar, empero, que el programa conductista
caracterizado por su gran capacidad de producción de instrumentos técnicos de
evaluación durante varias décadas del siglo XX no fue el único programa que
realizó trabajos en este tema; no fue ni siquiera el que ejerció una hegemonía
completa en la evaluación. En el campo teórico y práctico, simultáneamente con
el trabajo que en este ámbito fuera realizado por los psicólogos conductistas,
también se trabajó con otros instrumentos de evaluación que respondían a
perspectivas diferentes. Algunas corrientes europeas que desarrollaron trabajos
importantes en este terreno lo hicieron desde enfoques diferentes, alternativos
a las producciones conductistas. Entre ellos, por ejemplo, se destacan los que
entregan al alumno la responsabilidad de seleccionar el material, organizarlo y
encontrar formas adecuadas de expresar su producción personal, cuestiones que
no pueden ser evaluadas por medio de la administración de pruebas objetivas. De
este modo, y aún en el ámbito de mayor influencia de las teorías conductistas,
se emplearon siempre y se enseñó a los docentes a construir, analizar e
interpretar los resultados de las llamadas "pruebas subjetivas" o
"tradicionales".
Es importante hacer notar que la gran disponibilidad de
instrumentos de diferente carácter, alcance y función, es un factor de
enriquecimiento del abanico de posibilidades que se abren para el diseño de
programas de evaluación. E1 problema que se ha de resolver es el de su adecuada
selección y organización de modo de alcanzar consistencia con el proyecto
docente.
Uno de los productos más importantes del trabajo de los
diversos programas de investigación sobre la evaluación en este siglo ha sido,
precisamente, el mejoramiento de la normativa de construcción de instrumentos y
análisis de resultados, lo cual nos permite abordar el problema de la
evaluación contando con una amplia variedad de instrumentos que incluyen
pruebas escritas y orales y pruebas de observación de procesos y de
producciones, utilizables de diversas maneras según las necesidades de la
enseñanza. E1 aporte del conocimiento desarrollado en las últimas décadas sobre
los procesos cognitivos da un nuevo sustento a las teorías y técnicas
evaluativas y permite confirmar o modificar las prácticas instaladas en la
educación formal desde hace largo tiempo en algunos casos, y en otros
recientemente, como resultado de la introducción de nuevas propuestas que es
necesario reanalizar a la luz de la investigación actual.
* Este artículo ha sido posible gracias al subsidio otorgado a la
investigación dirigida por la autora por la Secretaría de Ciencia y Técnica de
la UBA (FI215).
No hay comentarios:
Publicar un comentario